Desde que tenías apenas unos días de nacido, supe que había algo diferente en ti.
Recién dabas los primeros pasos y lo mejor de tu día era ir al parque con mamá y papá, levantar pacientemente cada piedra a tu paso, esperando ansioso encontrar algún insecto debajo de ella para observarlo, tomarlo gentilmente con un vasito y dejarlo unos minutos después en libertad. O ir a las charcas y estanques a buscar renacuajos, lombrices y gusanos.
Todo insecto era bienvenido en tu vaso o mejor aún para ti, en tus diminutas manos.
Hacías cosas que claramente otros niños de tu edad no hacían como cuando te enseñé el alfabeto y al otro día comenzaste de la nada a decirlo perfecto y “al revés” o cuando tocaba para ti canciones en aquel xilófono de perrito que tanto te gustaba, para que, acto seguido de mi canción- ensayada varias veces- tú la tocaras completa y sin errores, después de escucharla una sola vez.
Pasaron algunos años y el lenguaje verbal aún no llegaba pero te podías comunicar de una forma increíble con tus detallados dibujos. Era nuestra valiosísima conexión con tu cabecita que nos llenaba de incógnitas preguntándonos qué maravilloso mundo habitaba en ella.
Pasamos por varios diagnósticos:
Niño cristal, desorden semántico-pragmático. Todo era tan nuevo para nosotros.
Terapias de lenguaje, neurólogos, evaluaciones, viajes. Hasta un chamán que conocimos en Valladolid por total casualidad, nos dio el más bello mensaje que un desconocido te puede dar sobre un hijo.
No buscábamos respuestas, quizás porque no nos preguntábamos mucho, solo saber cómo podíamos apoyarte mejor.
Mientras otros niños aprendían a bailar y cantar, nosotros- no por gusto sino por necesidad- te enseñábamos la diferencia entre insectos y víboras venenosas e inofensivas, a través de fotografías.
No hablabas pero tendrías unos 4 años y de inmediato elegías la tarjeta de la falsa coralillo cuando te preguntábamos cuál de esas dos víboras no era venenosa. A la fecha me sorprende que lo recuerdes.
Tu cabecita almacenaba tanta información que para todos nosotros era irrelevante pero para ti tenía un significado y un valor especial.
Crecías y tu amor por los animales y por la naturaleza se hacía también más grande.
Víboras, mariposas, insectos, ranas, todos eran bienvenidos en tu mundo de exploración.
¿De dónde vendría ese amor por los animales? ¿Quién de nuestras familias te habría heredado ese gen?
El diagnóstico más reciente – de esto ya hace algunos años – : Autismo.
Siempre he amado todo de ti, absolutamente todo.
Amo tu literalidad y amo explicarte que un ratero no es un señor que vende ratas y que si te pregunto: “¿Qué serás de grande?”, la respuesta que busco no es “un señor “, sino más bien a qué te quieres dedicar cuando crezcas.
Amo tu honestidad, incluso cuando me haces regresar a la tienda de conveniencia para que escuches de propia voz del encargado, que está bien si tomé ese agitador de madera – al comprar un café – y que son de cortesía, que no debo pagarlo.
O cuando le preguntas a la señora del súper si ya pagué el producto -que te acabo de decir que ya pagué- , solo para corroborar que no estamos incurriendo en ningún robo.
Amo cuando me dices “mamá Rosaura, sube los vidrios del auto por favor” para que NADIE oiga las preguntas que me harás como: “ mamá, qué es racismo?” y evitar ofender a no sé quién.
Amo tu compasión y amor por los animales, que sin importar el tamaño, forma o color, para ti todos son hermosos y muy especiales.
Amo tu lenguaje muchas veces rebuscando y elegante como cuando me preguntas: “ mamá, me permites ir a mi cuarto a jugar por favor?” O cuando le dices al mesero de ese restaurante japonés que tanto te gusta: “señor, se me apetece un arroz albino por favor”, haciendo más de una vez que los comensales de al lado volteen a vernos.
Amo tu desinterés por las cosas materiales, amo cuando Santa Claus recibía esas cartas tan carentes de regalos para ti, pero no para Andrómeda, tu amada perrita, quien era la protagonista de éstas.
Amo cuando te pregunto: “¿qué quieres que te compre? “ y me respondes: “nada mamá Rosaura, no necesito nada”.
Me enseñaste que un diagnóstico de autismo no es el fin sino el inicio de una travesía que si bien seguramente nadie imaginamos, es el camino que nos tocó andar y en nuestro caso… es simplemente fascinante.
Para mí Diego, el aprendizaje me lo has dado siempre tú, de eso no tengo duda y he conocido a través de ti un mundo maravilloso lleno de compasión y de amor por los seres vivos y por la naturaleza, en donde sueñas que millones de aves de mil colores revolotean sin fronteras pintando de arcoíris el cielo de todo el planeta.
Solo deseo estar junto a ti en gran parte de tu camino que sé…te llevará muy lejos.
Con todo mi amor…MAMÁ
Autor: Rosaura Ugalde (la orgullosa mamá de Diego)
Seas o no de lágrima fácil, esta carta es realmente conmovedora, que belleza de corazón y de personas, muchos éxitos más y gracias por dejarnos compartir tan bellos textos con la gente bonita de Chacharitas Bakery. Disfruta la lectura en compañía de deliciosos cupcakes.
http://www.chacharitasbakery.com
Whatsapp: 5512883949